viernes, 27 de marzo de 2015

Kudzu

A Arantza Díaz Villar, Isabel Aparicio Sánchez y demás presas polítcas


(Un despacho muy pelado de un Centro Penitenciario del Estado. Mesa blanca, dos sillas enfrentadas, una planta exánime al fondo.)

Daniela, Psiquiatra.

PSIQUIATRA. —Tienes todo el derecho a permanecer callada, pero discúlpame, que yo, como persona metódica que soy, agotaré mi tiempo. Tampoco nos queda mucho. (Se deja enfrente un vasito con agua, toma asiento.) Una vez más. Puedes interrumpirme cuando quieras. Veamos. Tu nombre es Daniela, veintiséis años. Oriunda de Honduras, adoptada a los ocho años de edad. Nacionalizada española. Abandonaste la carrera de Biología al tercer curso, sorprendentemente, pese a matrículas y becas de muy exclusivo acceso. Los test de inteligencia que conservan de ti varios centros dan resultados muy superiores a la media. Antes de tu ingreso en prisión, residías en Villa Artemisa, una comuna verde de extrema izquierda, que ocupa ilegalmente unas tierras propiedad del Duque de X, junto a tu hermanastra menor Laura, declarada tu cómplice. Cumples condena por un delito grave contra los recursos naturales y el medio ambiente. Se te acusó junto con tu hermanastra de la propagación sistemática de especies vegetales invasivas importadas del extranjero, en más de setenta puntos de la geografía nacional, incluidos Parques Naturales y otros espacios protegidos, durante un lapso de ocho años, entre otros delitos relacionados. Te declararse responsable de todo en favor de tu hermanastra, condenada, aunque sin ingreso en prisión, actualmente en libertad con cargos. Has rechazado de modo continuado la asistencia psicológica, tanto la individual como la de grupo. Razón por la que la profesional que se te ha asignado ha recurrido a mí en busca de apoyo. Y aquí me encuentro, con un permiso especial… (Suelta los papeles en ademán de desistir) Por favor, estás aquí porque has querido, esto me ocupa la mañana entera y me he desplazado sólo por atenderte. Podrías mostrar un mínimo de cooperación.

DANIELA. —Me han sugerido que podría no ver a mi hermana durante los próximos tres meses si me negaba. ¿Eso entiende usted por querer?

PSIQUIATRA. —No me consta. Me informaré sobre ello, no está claro. Pero, Daniela, ya que estamos aquí y que has abierto un diálogo…

DANIELA. —He aceptado venir para que no se me prive de ver a mi hermana, pero eso no incluye el hablar. ¿O es que van a impedírmelo si como usted dice no colaboro?

PSIQUIATRA. —En ningún caso, si fuera que de mi dependiese. Daniela, estoy al corriente de todo lo que te ha pasado últimamente. Sé lo duro que se te ha puesto todo aquí, de verdad. Si consintieras en abrirte un poco, en confiar en alguien, todo sería mucho más fácil. Entre mujeres nos entendemos. Hago un informe puntual favorable y lo continúas todo con mi colega.

DANIELA. —(Inclinando la cabeza) No servirá de nada, mucho menos para mí. Váyase, desde el principio le vengo advirtiendo de su pérdida tiempo.

PSIQUIATRA. —Si eso es lo que quieres, que todo termine aquí, pues me voy (amago). Contéstame sólo una cosa. ¿Por qué crees que no te servirá de nada hablar conmigo?

DANIELA. —Caerá en saco roto. Lo veo venir, lo sé. A usted le da igual. Me ha dicho de abrirme, pero el problema no es ese, sino que usted se mantendrá completamente cerrada. Sé perfectamente qué son los psiquiatras, psicólogos, los valores que representan. Pero dejémoslo, es penoso. No puede entender nada. Siempre choco, contra todos, yo, que aborrezco chocar.

PSIQUIATRA. —Mira, Daniela. Empatizo con todo lo que me dices. Quede esto como un voto de confianza: te doy mi palabra de que, digas lo que digas, tendrás un informe favorable por mi parte. Sólo has de poner un poquito de tu lado. Ahora, de mujer a mujer…

DANIELA. —Deje de traer el lugar común del sexo. No existe semejante vínculo entre nosotras.

PSIQUIATRA. —Esa cerrazón en que estás sola es algo muy triste, Daniela, no te hace ningún bien. Todo lo contrario, te margina cada vez más dentro de tu antisocialidad. Nada de lo que pueda sucederte me será ajeno a mí como mujer.

DANIELA. —Usted no es una mujer.

PSIQUIATRA. —¡Ah! ¿No soy una mujer?

DANIELA. —No en la función que cumple conmigo. No cabe serlo. En ningún caso se ocupa un puesto de la tecnocracia capitalista sin que se produzca la disolución de toda característica humana, ni qué hablar de la femenina. La instrumentalización a que ha sido sometida la ha desexualizado, puesto bajo su signo. Si se le ha de imprimir un sello genérico, ese es el del varón.

PSIQUIATRA. —(Carcajada súbita y se contiene) Perdón, es que has sido tan exagerada. Y por cierto, no soy ninguna funcionaria a cargo del Estado.

DANIELA. —Yo no he dicho…

PSIQUIATRA. —Lo he sido. Ahora soy autónoma y estoy aquí como consejera experta, porque se me ha pedido. Soy una persona ambiciosa de la dificultad y quiero ayudarte.

DANIELA. —No dije eso. De cualquier modo, representa los valores de la clase dominante. No sé que espera de mí.

PSIQUIATRA. —Dejemos eso. ¿Te has dado cuenta de que estamos hablando? Esforzadas réplicas viniendo de alguien que no espera nada de su interlocutor. Se trata de una contradicción interna. Surge de la propia inseguridad en lo que dices, de su extremismo. Hablamos sólo cuando creemos posible la comunicación.

DANIELA. —Sí, no sé por qué lo hago. Advierto una voz racional que me dice que cierre la boca, que estoy actuando contra mí. Pero me gana un impulso más general, que me fuerza a adoptar el nivel de igualdad en el que creo, ese de mujer a mujer que usted invoca con tanta frivolidad. Llevo bastante, no sé cuanto sin hablar con nadie. Quizá sólo tenga miedo de no poder ver a mi hermana.

PSIQUIATRA. —¿Por qué te deshaces de las dosis de Aripiprazol cada día, porque crees que no las necesitas?

DANIELA. — ¿A qué viene eso? ¡Es un antipsicótico!

PSIQUIATRA. —Recetado por una profesional facultada. Dime. ¿Te has planteado alguna vez que tu idea del sistema psiquiátrico pudiera ser errónea, si no se tratará en realidad de personas cuyo trabajo es ayudarte?

DANIELA. —Se está riendo de mí.

PSIQUIATRA. —No me rio de nadie, Daniela.

DANIELA. —¿Ha probado los antipsicóticos alguna vez?

PSIQUIATRA. —No. Pero en ciertos casos…

DANIELA. —¿Qué le parecería la sensación de no sentirse, la de sentirse como una muerta en vida?

PSIQUIATRA. —Eso no es…

DANIELA. —No tengo ninguna necesidad de esa mierda, más bien todo lo contrario. Aquí se trapichea con ella en los patios, circulando, codeándose con la heroína, en semejante cambio se ve reflejada, rebajada a lo que verdaderamente es. Soy consciente del oligopolio de corporaciones farmacéuticas al que sirven, del inmenso fraude de su investigación, de la comercialización criminal de sus drogas.

PSIQUIATRA. —Está bien, relájate. Hace un momento has dicho de no poder hablar con nadie. ¿Te referías al tema de tu incomunicación? ¿Me puedes hablar entonces del FIES que se te ha abierto? ¿Niegas también cualquier tipo de responsabilidad por tu parte como motivación del encierro aislado durante un mes recientemente cumplido?

DANIELA. —¡Por favor! Deje que le explique eso. Resulta que robaron a una compañera un regalo que compró para su hijo, al que hace más de seis años que no ve. Eso generó en el grupo muy mal ambiente, recelos, rencor. Se me ocurrió la idea de organizar una colecta para restituirle el coste del regalo. Todo se solucionó, volvió la cordialidad. Al punto de que, poco tiempo después, la responsable de la sustracción lo devolvió, presentando incluso sus disculpas. Nuestra solidaridad salió reforzada.

PSIQUIATRA. —Es un FIES de tercer grado. Aquí pone… Se te acusa de organizar terroristas. La presa Ainhoa Gainza, del módulo X, es una etarra.

DANIELA. —Es una locutora de radio que en la vida a tocado un arma, una luchadora por la libertad de su pueblo a la que se ha acusado de lo que se ha querido. Por otra parte, me pregunto como podría ser miembro de una entidad que ya no existe, de declarada disolución. ¿Pedirle dos euros de aportación se considera organización terrorista? No conteste, ya lo hizo el silencio de cuatro paredes durante treinta días, las vejaciones constantes.

PSIQUIATRA. —Las mujeres pasamos periódicamente por momentos de hipersensibilidad, en esos días se puede sobredimensionar lo que sólo constituyó un simple roce, una toma normal del brazo.

DANIELA. —No me tome por una tonta o por loca, si vuelve a hacerlo me iré.

PSIQUIATRA. —¿Te angustia eso? (Severamente) Porque si es así, como no cambies radicalmente de conducta, emperrada en esa actitud, te auguro el cumplimiento íntegro de la pena. Y dados tus antecedentes, si continúas mezclándote en política, terminarás bailando como una peonza por las cárceles de todo el Estado, con el consecuente gasto en trasporte para tus familiares cada vez que quieran verte. Y créeme que pondrán mil trabas para que no puedas hacerlo, para que no salgas de aquí. Se te sumaran años por la mínima idiotez que hagas, incluso por nada.

DANIELA. ¿Cree que no lo sé? (Mueca de dolor.) Debería irme.

PSIQUIATRA. —Disculpa, que me he saturado un poco. Siéntate, sólo un momento más. Esto no tiene nada que ver. ¿Puedes subirte un poco la manga?

DANIELA. (Lo hace)

PSIQUIATRA. —¿Qué representa ese tatuaje del antebrazo? ¿Una enredadera?

DANIELA. —Si quiere decirlo así. Pueraria lobata, comúnmente conocida como kudzu.

PSIQUIATRA. —Kudzu ¿No es así como te llaman tus compañeras?

DANIELA. —Kuzu, sí.

PSIQUIATRA. —Sube por el brazo… ¿Dónde termina?

DANIELA. —La tengo por todo en cuerpo, hasta el empeine de los pies.

PSIQUIATRA. —Debe de gustarte mucho.

DANIELA. —Es una especie muy exótica para los occidentales, desbordantemente invasiva. (Se abstrae en ella mientras progresa en su descripción). Estados Unidos la importó de Japón para prevenir la desertización y hoy en día es considerada allá como una plaga devoradora del sudeste.

PSIQUIATRA. —¿Fue una de las especies que propagaste?

DANIELA. —No deja de hacerme preguntas de las que ya conoce la respuesta.

PSIQUIATRA. —Un tic profesional, por decirlo así. Honestamente, en este caso no recordaba esa en concreto de los cientos del informe. No es relevante. Lo que de verdad me interroga, lo único de hecho, es como alguien con semejante amor como el que tú pareces sentir por la botánica, la naturaleza en general, sentimiento que por el grado, según reflejan los expedientes, me aventuro a considerar una filia, haya sido capaz de cometer un atentado semejante contra el medio ambiente.

DANIELA. —¿Eso quería saber? Ha tardado en preguntarlo. (Silencio). Dígame una cosa. La administración para la que trabajó ha estado siempre subordinada a un gobierno responsable de la deforestación de cientos de miles de hectáreas sólo en territorio nacional, debido a causas como la recalificación urbanística; en al ámbito trasnacional, las corporaciones defendidas por sus políticas han llegado a degradar por millones las de otros pueblos, aquellos que residen en lo que llaman países del Tercer Mundo: caso del Fórum África/Liberia, petroleras en Colombia, energéticas por todo el continente americano, entre cientos de otros... Dígame. ¿Cómo tiene la poca vergüenza de inquirir?

PSIQUIATRA. —Estás respondiendo de modo evasivo, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad por tu acto. Es tu caso el que aquí tratamos. ¿Puedes responder con la razón simple de por qué plagaste los bosques poniendo en peligro otras especies? ¿Qué sentido tiene eso dentro de la política?

DANIELA. —¿Se va a beber el agua?

PSIQUIATRA. —No… A penas nos queda tiempo. En seguida podrás beber.

DANIELA. —¿Me la da?

PSIQUIATRA. (Se lo acerca) (Tensa) ¿Quieres hacer el favor de responderme? Va a dar la hora.

DANIELA. —Vuelvo a ser la muestra de laboratorio. Considerar algo aisladamente supone el peor error metodológico. Para ustedes, los policías del pensamiento, todo se reduce a un puro quimismo, un neurologismo, psicologismo, anomalía congénita. Nada que decir del motivo real, material, social que determina las cosas. Así toda disidencia es patológica para sus cálculos. Querrían terminar con el hambre en el mundo generando una ilusión de saciedad. Así les hace ser el Capital, el suelo en el que están plantados. (Toma el vaso con el agua intocada, se levanta. Drástico cambio de tono, dulcemente a la planta de fondo). Que hermosa palmaria. No puedo dejar de sentir su presencia. Está casi seca, nadie la ha regado en meses. El sustrato es insuficiente y está agotado. Alguien la arrancó de su medio y trasplantó aquí, constriñéndola en ese tiesto miserable que la humilla, olvidándola. Ha podido soportar esto, pese a ser una planta de sol. Parece obstinada en no perecer, y la verdad es que lo tiene todo en contra. Pero la posibilidad de que alguien la saque un día y la plante en tierra firme sigue existiendo de hecho. No ha perdido la esperanza, resistirá hasta el fin. Toma, la prórroga que merecen las menesterosas, las que no se rinden. (Le derrama el vaso.)

PSIQUIATRA. —Es tu última oportunidad para responder. No nos queda tiempo.

DANIELA. —Era todo. De verdad no nos queda, su clepsidra se ha vaciado (deposita el vasito sobre la mesa).

PSIQUIATRA. —(Perdiendo los nervios.) ¡Vaya con la puta sudaquita! ¡No, no, no! ¡Quédate ahí, que ahora me vas a oír tú! Veo que te causan gran repulsa los factores biológicos. Pues mira, pese a quien pese, la Naturaleza a unos da y a otros quita. Hace superiores a determinados seres e inferiores a otros. Sucede entre las distintas razas y dentro de ellas. Esto está científicamente demostrado. La adopción política del socialismo es inherente al retraso mental; o, lo que es lo mismo: aquella no se presenta sin este. Las izquierdistas tenéis el gen rojo, el cual impide el normal desarrollo de vuestro cerebro haciendo imposible que alcance la maduración. Y una mujer tiene un lugar que ocupar, una responsabilidad. No podéis haceros cargo de vosotras mismas. ¿Cómo podríais de los niños que se engendran en vuestro interior? ¡Si ya queréis matarlos nada más son! Te ha sacado de la mierda de continente una familia española y le pagas con esta moneda, engatusando a su hija natural como una zorra. No la vas a volver a ver. Lo que sí harás es pudrirte en la cárcel. (Risas) Me temo que no va a haber informe favorable.

DANIELA. —Doctora, nunca lo he esperado.

(TELÓN)